Nueva York

Pareció descontento con los veinte galeones que le di. ¿Acaso no era suficiente? No podía esperar que sus víctimas tuvieran doscientos galeones encima todo el día, a la espera de que él los robara.
- Te he dado lo que me has pedido así que ya puedes irte - respondí con calma y lo miré con malicia.
Habló en alemán luego, algo que realmente me molestaba, pues no entendía lo que decía. Forcejeé con más fuerza aún para soltarme y socorrer a Elliot, pero no lo logré. Ya me estaba enfadando de verdad, pero mi ira aumentó considerablemente cuando recibí su golpe. Apreté con firmeza los labios para no dejar escapar ni un ruidito que pudiera indicarle el dolor que me había provocado. Me concentré unos segundos en la situación que me rodeaba, intentando idear algún plan para escapar sin sufrir más daños. Por un lado, el instinto de supervivencia me decía que le diera más galeones y luego me fuera, pero el deseo de venganza opinaba distinto. Además, ¿qué pasaría si no se contentaba con unos pocos galeones más? Mi mente repentinamente se iluminó con una idea brillante. Le sonreí con verdadero odio a Connan y luego volví a cerrar la mano, cubriendo a los galeones. Metí la mano en mi bolsillo, saqué un par más pero dejé algunos y le propiné un rodillazo para que aflojara la fuerza con la que me sostenía el cuello. Así, logré darme vuelta y con toda la potencia de la que fui capaz arrojé los galeones al lago. Rogué porque fuera tras ellos para así desaparecerme con mi novio.

Yo tenía razón, aún tenía rencores por haberme robado sólo seis galeones la anterior vez. Maldije mi suerte por habérmelo vuelto a encontrar.
Mi plan funcionó a la perfección, se distrajo con el rodillazo y logré mi cometido. Pero lo que ocurrió a continuación me hizo sonreír de alegría, había salido aún mejor de lo que pensaba. En lugar de golpearme o algo por el estilo, que era lo que yo me hubiera esperado, se dirigió sin decirme ni una sola palabra al agua en busca del dinero. Me lamenté por haberle tirado veinticuatro galeones al agua y no menos, pero no me quedé mucho tiempo pensando en ello, porque Elliot todavía estaba en el piso. Corrí hacia él y lo agarré de la camisa. De inmediato desaparecimos y aparecimos enfrente de mi casa, ya que no podíamos hacerlo adentro por los encantamientos protectores.