Sebastian Heller-Bones

Nicholas y Helena se conocieron cuando tenían ambos 23 años, en una tienda de zapatos donde ella trabajaba mientras estudiaba para ser maestra. Él era un corredor de la bolsa y había acudido allí en busca de unos zapatos de vestir nuevos. Cruzaron algunas palabras y él la invitó a salir. Así comenzaron las citas, una vez al cine, otra al restaurant, otra al recital y ya estaban enamorados. A los cinco meses contrajeron matrimonio y diez meses más tarde nací yo. Teníamos mucho dinero gracias al empleo de mi padre, y mi madre ya había terminado su carrera en la Universidad y trabajaba por las mañanas en una escuela pública de Cokeworth. Papá viajaba mucho a Londres por asuntos de trabajo, y cada vez pasaba menos tiempo en casa. Todos los días yo iba a un jardín de infantes, mi madre me dejaba camino a la escuela y luego me pasaba a buscar a su vuelta. Allí yo casi no hablaba con nadie, sólo con una amiga, Celine. Cumplí los seis años y empecé la escuela primaria como cualquier otro chico. Mi madre se había asegurado de que fuera a la misma que Celine. Era una de las pocas escuelas privadas de la ciudad. Mis compañeros de colegio me burlaban y dejaban de lado porque era pequeño y flaco, y Celine se volvió engreída y egoísta. Dejamos de hablarnos y yo ya no tenía ningún otro amigo, hasta que apareció Robbie. Él era muy parecido a mí, delgado, bajito y usaba anteojos. Nos volvimos mejores amigos y aún me veo con él seguido mientras no estoy en Hogwarts. Ese mismo año, mi padre dejó de venir a casa. Se pasaba todos los días en Londres y jamás enviaba cartas, ni llamaba por teléfono. Mamá comenzó a preocuparse, por lo que viajó a la capital en su busca, pero se enteró de que se había mudado de país porque había fracasado en un contrato multimillonario y había quedado en quiebra. Volvió triste pero decidida a no dejar que ello afectara su actitud y cariño hacia mí. Mi abuela, que en esos momentos ya era viuda, se mudó con nosotros. Me crió con dulzura y bondad, no dejó que lo ocurrido arruinara mi infancia. Me enseñó los valores más importantes que un ser humano debe saber y respetar. Crecí feliz junto a ella y mi madre, quienes intentaban consentirme en todo lo que podían, pero esto no podía ocurrir demasiado a menudo porque no teníamos tantos ingresos como para ello. Me cambié a la escuela pública de la ciudad y Robbie también. Aprendí a sentirme alegre con lo que tenía y no pedir demasiadas cosas. A los 11 años recibí mi carta diciéndome que estaba inscrito en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Al principio mi familia lo creía inversímil, pensaban que se trataba de algún chiste, pero luego comprobaron que era cierto cuando un funcionario del colegio se presentó para asegurarse de que hubiéramos entendido y creído todo. Mi abuela y mi madre estaban ambas muy orgullosas de mí,a la vez que no salían de su asombro. Ahora estoy apenas iniciando mi primer año allí, pero Robbie ya está al tanto de mis poderes, por supuesto.