Sala de Menesteres

Solté una sonrisa agradecida cuando prometió lo que le pedí, quizás si me esforzaba mucho podría conseguir ser alguien que valiera la pena para ella. Claro que el pasado me condenaba de una forma casi eterna, pero con buenas acciones quizás El De Arriba haría la vista gorda. De todas formas estaba adelantándome demasiado a los hechos, era muy probable que Alice nunca me viera cómo algo más que un amigo. Aunque no me molestaba en lo más mínimo, ya que si me quería como amigo tenía asegurados miles de momentos felices con ella y eso me bastaba.
No podía evitar soltar una risa cuando me saludaba al darme la vuelta, parecía una niña y eso me enternecía muchísimo. Y yo estaba más que feliz, no exageraba cuando decía que conocerla me había cambiado la vida, había sido amor a primera vista. Por unos instantes me puse en el lugar de Matthew, no entendía cómo había desperdiciado su oportunidad de ser feliz junto a ella ¿Qué había pasado por su mente? Llegué a la conclusión de que era un idiota, de esos que no se dan cuenta lo que tienen hasta que lo pierden. Si todos comenzaran a apreciar más las cosas cotidianas, hasta las más pequeñas, la vida sería más llevadera y fructífera. Era una lección que había aprendido por las malas, pero que de cierta forma agradecía haber aprendido y más ponerla en práctica.
Nos detuvimos frente a la Sala de Menesteres, era más que obvio dónde estábamos pero ella no sabía en qué la convertiría. Así que posicionándome detrás de ella, le cubrí los ojos suavemente a la vez que la puerta de la Sala se materializaba. No quería que se asuste, quería que sea una sorpresa. Abrí la puerta y nos adentramos en esa habitación tan extraña, que había conocido por casualidad en mis primeros años en el colegio. Recordaba todos los momentos disfrutando de los lindos escenarios cambiantes que me ofrecía, era la única forma que tenía de olvidar la soledad y la tristeza hasta que apareció Alice.

Aquí la sala:

La habitación consistía en una vaga réplica de varios Castillos famosos de Europa. La primera habitación era una especie de Salón lleno de columnas altas, pinturas al óleo muy antiguas y detalles en oro. La luz entraba por las grandes ventanas y le daban un aire cálido al lugar. Si nos poníamos a recorrer encontraríamos más habitaciones dentro ya que entre las columnas había distintos pasillos cortos hacía habitaciones muy bonitas. Le descubrí sus preciosos ojos y le susurré al oído -Un castillo para mi princesa-

Ver en su rostro la emoción me hizo realmente muy feliz ya que gracias a la sorpresa ella había olvidado su tristeza. Por suerte había logrado lo que buscaba, volver a ver esa alegría única en los bellos ojos de Alice. Una felicidad profunda me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies, tanto que las rodillas me temblaron por la emoción cuando me abrazó. Tenía que admitir que me puse un poco nervioso pero le devolví el abrazo firme y amablemente, ella era muy tierna. Con su sonrisa me hacía derretir por dentro, se parecía aún más a una niña en esas cirtunstancias ya que la emoción le relucía en la mirada. Me tomó de la mano y me llevó a recorrerlo, saber que le había gustado me había sacado un peso de encima. Hubiese sido terrible que la Sala no le agradara, sin exagerar si ese fuera el caso hubiera sentido que había fallado en mi misión de ésta vida.
La frené de forma educada y le dije -Permítame que la guíe, señorita- bromeé y solté una risa. Buscaba que ella se relaje y disfrutara del lugar, además me gustaba poder planear yo la seguidilla de habitaciones. Sabía con cual empezar...
Aún tomados de la mano la guíe hacia el lado derecho del lugar y atravesando el arco de columnas caminamos por un estrecho pasillo bastante bonito. Al final de éste había una puerta de madera con distintas figuras talladas en ella. -¿Preparada?- le pregunté emocionado por ver su reacción y busqué en sus ojos ésa sencillez y alegría que me había enamorado la primera vez. Abrí la puerta con una sola mano, invitándola a pasar. Intenté no perderme ningún detalle de cómo iba a tomarse la sorpresa.

Aquí:

La habitación estaba ambientada como una tienda de golosinas antigua, y estaban todos los estantes rebosantes de caramelos y grajeas, sin olvidar de los chocolates. La verdad es que se veía bastante tentador, esperaba que a Alice le gustara tanto como imaginé que haría. -¿Sabes una cosa?- le murmuré a sus espaldas -Creo que ni diez de éstas podrían si quiera llegar a igualar tu mirada. Me refiero a que eres una dulzura de persona Al...- corté la oración porque estuve a punto de decir que no me gustaba verla triste por un idiota, pero claro, eso la haría acordar todo de vuelta y no quería que pasara eso.