Calles de las afueras

Por más que hubiera tenido un plan, no habría funcionado. La distracción de la monedas no sirvió de nada, ya que con un movimiento de su varita las recogió del suelo. Qué idiota, pensé. Había pasado por alto la varita. Si hubiera salido corriendo probablemente ya estaría retorciéndome en el piso de dolor, o peor...

Se tomó mi comentario con diversión y me preguntó si quería sacarme la ropa. Oh, dios. Por un instante, sentí un poco de color en las mejillas, pero por suerte en el oscuro no se notaba. - Preferiría dejarla donde está.  - Todo había sido inofensivo. Bueno, algo, creo. Pero la verdad era que no quería exceder de los limites con esa mujer. Es decir, eso era un robo, ¿no?. No estaba pensando en andar desnudo por la calle (Además de que ese día llevaba mis boxers de corazones). Hubiera sido algo extraño para una primera vez. Tampoco lo estaba considerando. Definitivamente no quería que me tocara; Vi como su cara cambió cuando le pedí que bajara el cuchillo, parecía más furiosa de lo que estaba antes. El lado bueno es que lo hizo. El malo es que se llevo parte de mi mejilla con él.  - ¡Demonios! - Exclamé dolorido.  La herida ardía bastante, no parecía un gran corte, pero de verdad ardía. Esperaba que no quedarán secuelas. La miré de reojo mientras colocaba la palma de mi mano sobre mi mejilla sangrante y vi como una sonrisa malévola se formaba en su cara. Esa chica estaba cada vez más loca. Tendría que haberla noqueado, la regla de no pegar a mujeres se aplica solo en damas. - Ya tienes el dinero, ahora déjame ir. - ¿Tenía alguna otra intención conmigo? Yo no tenía mucho más que ofrecerle. Además, no quería terminar más lastimado de lo que ya me encontraba. 

Me encogí de hombros cuando el chico no quiso quitarse la ropa, quitándole importancia. La verdad es que me daba igual; ninguna de las prendas parecía de un valor demasiado elevado, él no parecía tener ganas de otra cosa y yo no tenía intenciones de obligarlo. Aquél día, no. Además, probablemente era demasiado joven para mí. Prefería a los chicos un poco más grandes y aunque me resultaba atractivo, mi tipo de hombre no era tan carilindo o bonachón.
Se quejó cuando realicé el corte, por lo que yo mantuve mi sonrisa. Probablemente él vería en ella algo macabro, pero simplemente me daba placer hacer sufrir a la gente. Como para cualquier persona que estaba acostumbrado a ello y no poseía demasiado honor, la sensación de pelea y peligro era bastante agradable - Un último truco y me retiro - le dije. Estaba sopesando la idea de realizar una maldición imperdonable, pero no estaba del todo segura, pues aquellos crímenes sí que eran tomados más en serio por el Ministerio. Has realizado cientos, una más no cambiará nada, razoné. Sacudí mi varita - Crucio - murmuré. Si bien me divertía, no quería que el dolor fuera demasiado fuerte. Me alejé unos pasos y acabé con el hechizo, solo habían sido unos segundos. Mientras caminaba en dirección a la esquina, lo observé una última vez - Hasta luego - dije por sobre mi hombro, sonriendo una última vez. Estaba contenta porque había conseguido 20 galeones y porque probablemente Liam aún sentía algún resto de la maldición que le había lanzado. Leve, pero allí estaba.

Por suerte no insistió en lo de la ropa y accedió a dejarla donde debería estar. Gracias a dios, pensé. Hubiera sido demasiado vergonzoso de lo contrario. Llegar a casa en boxers y tener que explicarle a mi madre que una loca me había robado la ropa... ¡Mi madre! Llevaba casi una hora de retraso, seguro que recibiría algún sermón a llegar a mi casa y no tenía ganas de escucharlo. Pero eso ya lo resolvería más adelante, ahora tenía otro asunto del que preocuparme. 

Cuando le pedí para que me dejara ir, me dijo que lo haría, pero no sin antes hacer un último truco. Vi una sonrisa perversa en su rostro. Oh no, esto es malo. Levantó su varita, la dirigió a mí y pronunció un de los maleficios imperdonables. El maleficio torturador. Sentí como una ola de dolor se extendía por mi cuerpo - ¡Ah! - Dejé escapar como signo de dolor mientras me revolvía en el piso. Nunca había experimentado algo así. No sé cual fue el motivo por el que se detuvo tan rápido, pero le estuve muy agradecido. Me mantuve boca abajo con los ojos cerrados por unos segundos. Estaba jadeando. Levanté la mirada para ver que había ocurrido. Localicé a la loca en una esquina, despidiéndose de mí. Maldita..., pensé. Poco a poco fui enderezándome, aún con las piernas algo entumecidas. Sentía un poco d dolor a lo largo de mi espalda y brazos, pero ya sentía que iba mejorando. Comencé a caminar por las calles, lastimado y dolorido, hasta que a lo lejos divisé a una mujer con un pequeño, quien supuse que era su hijo. Me acerqué a ellos sabiendo que no me harían daño. - ¡Señora! - La llamé. Seguramente esta mujer sería de más ayuda que la loca...