Calles

Me sentía una persona normal entre la multitud, sin pecados, nada fuera de lo normal en la sociedad. Nadie me miraba ya que estaban todos entusiasmados con sus compras por lo que me relajé unos instantes. Caminé unos pasos rápidos pero luego disminuí la velocidad hasta el punto de quedarme parado entre las personas, las cuales me esquivaban y seguían caminando. Me agarró una especie de ansiedad. Sin dudarlo metí la mano en uno de mis bolsillos y saqué un paquete de cigarrillos. Lo miré admirado y quité uno que puse suavemente entre mis labios. Saqué el encendedor del mismo bolsillo y lo acerqué firme al cigarrillo. Con un sólo movimiento lo encendí y le di la primera pitada. Cerré los ojos por el placer que sentía. Me calificaba como un eterno esclavo del cigarrillo, el calmante de mi ansiedad.

Abrí los ojos y miré al cielo, el cual oscurecía de a poco, mientras pensaba en mi vida. Caminé unos pasos con el cigarrillo en mi boca, dando algunas pitadas. Presté muchísima atención a cada persona que pasaba cerca de mí. Alguna que otra persona despistada sería una ‘presa’ perfecta. Finalmente, vi a una hermosa jovencita rubia la cual caminaba sola por un callejón oscuro y solitario. La seguí misterioso. Parecía débil y en todo caso yo era un hombre el cual podía hacerle lo que quisiera. Arrojé el cigarrillo al suelo y seguí caminando en dirección a la muchacha.Busqué el momento indicado y me lancé sobre ella, a su espalda y la agarré de las muñecas excesivamente fuerte, marcándolas. Apresuradamente, la manejé hasta la pared, donde la apretujé y le susurré despacio
-Chiquita, dame un poco de dinero, ¿Si?, por las buenas- hice una pausa, acercándome más a ella , apretándola contra la pared y continuando con un –Lo necesito-. Sabía que seguro se asustaría mucho, además trataba de darle un toque seductor a la situación, como solía hacerlo siempre que fueran mujeres mis ‘presas’. Le respiraba en el oído, algo que seguro le gustaría, o eso pensé yo.

Se retorció intentando liberarse, cosa inútil ya que la estaba sosteniendo con mucha fuerza. Tengo que admitir que soy un hombre muy bruto. La mujercita me contó que no era ‘chiquita’. Le sonreí y no le contesté, no tenía ganas. Sin dejar de aflojarle las muñecas ni de apretarla contra la pared. Comenzó a forcejear pero me mantuve firme. Pasados unos segundos se rindió. Acercándome le dije
-Así me gusta, chica grande- en susurros. Mi comentario sobre ‘chica grande’ hacia referencia a su comentario de que no era chiquita.
Trató de que la soltara, diciendo que si lo hacía me daría el dinero. Nunca caería en esos trucos, además ese día tenía ganas de hablar un poco más y mi ‘presa’ era muy bonita. Me acerqué a ella, con la intención de hablar, hasta el punto de que mis labios rozaban su oreja
-¿No quieres hablar un poco más?- le pregunté lentamente. Estaba tan cerca que podía oler el olor de su pelo y del perfume que llevaba puesto.
-Du riechst so gut- le alabé gustoso, en el tono de mi voz se notaba el placer al oler un perfume tan rico. Seguro está asustada, pensé y la verdad era que era una situación fea por la que estaba pasando la chica. Me asaltó la curiosidad de repente.
-Y…- pronuncié y paré unos segundos para continuar –¿Cómo te llamas?- concluí queriendo ligar algo más que plata.

Noté en su mirada que estaba enfadada, algo que no me importaba en lo más mínimo. Ante mi invitación a hablar me acusó de cobarde, algo que a mí me enfadó, luego dijo algo de Gryffindor, una palabra extraña a la que no le di importancia ya que estaba demasiado furioso por sus comentarios para estar buscándole el significado a esas palabras raras. La rabia me vino de pronto, por lo que la solté con una mano y extendiendo los dedos y poniéndolos firmes, la golpeé en el rostro. Me desquité bastante, me sentía muy bien, me volvió algo de felicidad, era la llamada venganza. Volví a sostenerle la muñeca y la apreté más fuerte que antes. También demostró no tener interés en mí. La verdad era que mi objetivo principal era el dinero pero quería probar si capaz conseguía algo más pero ella rechazó mi oferta. Rápidamente dejé de insistirle ya que era una persona muy arrogante y no quería que se sintiera importante por mis halagos e intenciones. Su mala gana y su falta de respeto me hicieron querer robarle el dinero con mayor fuerza. La zarandeé un poco y le dije ya enojado
-Dime donde está el dinero, insolente-
Esa mujer había agotado mi buen humor. Por mi mente pasó soltarla, total ya me había descargado un poco.

Quedó paralizada al sentir el golpe. Toda la satisfacción se colgó unos segundos en los que me arrepentí de lo hecho, pero pasados estos me volvió el placer otra vez. Me pidió que la dejara de apretar, un favor que podía hacerle a la joven. Fui soltándola de a poco, lentamente. Pero luego, volvió a tocar el tema de la cobardía, ella no sabía nada de mí, no podía venir a decirme cobarde sin saber siquiera las cosas por las que había pasado, las cosas en las que me tuve que mantener fuerte o aparentarlo por lo menos. Delató el lugar en el que se halla el dinero. Sonreí con demasiada satisfacción. Y como despedida dije
-Tanto cobarde y cobarde que dices … pues … haré honor a tus comentarios- lentamente. La solté completamente y con un rápido movimiento metí mi mano dentro de su abrigo. Al sentir lo que necesitaba, lo agarré firme y me largué a correr mientras reía. No corrí en una dirección fija pero aún así logré escapar. Pasadas unas largas filas de negocios, paré de repente y miré lo que llevaba entre las manos. Sonreí conforme. Por lo menos sentí el olor de su pelo, me dije y reí unos largos segundos, en parte por conseguir lo que quería, mi primer dinerillo.

Observé ambicioso el dinero entre mis manos pero la seriedad brotó en mí al darme cuenta que sólo eran seis galeones. Todo ese esfuerzo sólo para unos míseros galeones, no podría comprar ni un zumo de calabaza. La neutralidad cambió a furia en unos pocos segundos. Cerré el puño, en el que se encontraban los galeones, y lo apreté bien fuerte sin importarme el pequeño dolor que sentía. Caminé unos pasos pensativos hasta que un hechizo me pasó rozando el cuello. Di vuelta mi cabeza con violencia hacia donde venía lo lanzado. Sólo vi mucha gente caminando, nada sospechoso. Con temor de que fuera alguien peligroso comencé a correr con mi escaso primer sueldo en mano. ¿Quién habría lanzado el hechizo? ¿Iría hacia mí? Nadie lo sabría nunca, una verdad indescifrable y olvidada al rato. Cansado de correr paré unos segundos, el cielo estaba completamente oscuro con la sola luz de la hermosa y gigante Luna.

Otro día en las calles del Callejón Diagon. Era una tarde gris y fría, un día perfecto para ganar un poco más de sueldo. Observé a la gente pasar, todos estaban tranquilos. Nadie sabía lo que pensaba hacer. Caminé un rato y llegué a Gringotts, miré con deseo al inmenso banco. Pensé en toda la plata que se encontraba allí y sonreí al pensar en lo que sería de mi vida con ella. La puerta se abrió de repente. Miré intrigado. Una mujer rubia salió de adentro del banco. No llevaba cartera y parecía muy vulnerable. Pensé rápidamente un plan y éste llegó a mí en cuestión de segundos. Me acerqué a la mujer y con una sonrisa amistosa completamente falsa, dije
-Buenos días, bella dama- y le guiñé un ojo, simulé ser cortés. Traté de transmitirle algo de confianza, igualmente si el plan no funcionaba podría robarle a la fuerza.
-¿Saldrías conmigo a comer algo por ahí?- le sonreí. Era algo atrevido para un desconocido pero me arriesgué.
-Me acabo de mudar a Londres y no conozco a nadie- confesé y reí fingidamente.
Todas mis actuaciones hechas eran muy creíbles, quizás demasiado. Esperaba una respuesta afirmativa y si no la obtenía, ya vería esa mujer.

La mujer me cortó el rostro y comenzó a caminar lentamente. La alcancé y
-Dios mío, discúlpeme si se asustó- exclamé completamente dentro del personaje. Tenía que pensar algo rápido, muy rápido.
-Mmm… me llamo Ernesto Fishmiggen- mentí descaradamente. El nombre salió de mis labios sin pensarlo. –Y … trabajo de comerciante de especias- concluí y le sonreí de nuevo a la mujer.
-Podríamos empezar de nuevo- sugerí amistoso. –Si … tú quieres- fingí ser cortés.
Dios, pensé, ayúdame un poquito, mientras pensaba le sonreí a la muchachita. Estaba yo más aterrado que ella.

Dijo llamarse Rebecca Williams. Pareció haber confiado en decirme su nombre, pero no me lo tragaba del todo. Contó que era empleada de uno de los negocios del Callejón, no recuerdo el nombre que dijo. Ajá con que extiende todo sobre la mesa, pensé. No podía confiar y hasta que no obtuviera pruebas no dejaría de sospechar. Comenzó a interrogarme, tratando de desenmascárame.
-¿Con que te intereso, eh?- le pregunté y contesté con una respuesta inventada –Es que no vendo especias aquí justamente- traté de pensar un poco más y seguí –Las vendo en tiendas muggle- me justifiqué. Esperé que se la creyera.
Retrocedió un paso y tropezó. ¿Qué haría un buen hombre?, pensé serio, la respuesta llegó rápidamente a mí. Me acerqué a ella y le tendí mi mano. Capté que metió algo más adentro de su bolsillo. Mi sueldo, pensé con una sonrisa y me di ánimos para continuar con la farsa.
-¿Estas bien?- pregunté interesado. –Si quieres te cargo hasta el hospital más cercano- imité cortesía. Vamos muchachita, ven a comer conmigo, pensé.

Dijo que mi falso trabajo era interesante. Le sonreí y le agradecí. A continuación me hizo una serie de preguntas que respondí con lo primero que se me ocurrió.
-¿Compañía? No, me las trae un joven hombre hindú que pasa por aquí cada un mes- comenté seguro –Y no, no las exporto. Sólo las vendo- comenté como un simple hombre normal.
En cuanto a su tobillo, dijo que le dolía y me tomó la mano. Me miró seductora. ¿Estará fingiendo?, pensé ante el repentino cambio de actitud. Le seguí el juego. Le sonreí mientras me la comía con los ojos, nadie me gana en esto, jovencita, pensé. No pensaba dejar que la muchachita sea más seductora que yo, pero la verdad era que le salía bastante bien. Se paró y comenzó a tocarme el pelo mientras decía que no le parecía mal una cena. ¿Te haces la seductora? Báncatela, pensé.
Lentamente pasé mi brazo por su cintura mientras le preguntaba
-¿Dónde quieres comer, Rebecca?- para luego comenzar a darle besos babosos y pasionales en el cuello. A ver cómo reaccionas, muñequita, pensé.

Ante mis besos me apartó con su nariz, un método muy extraño. Inmediatamente, comenzó a hacerme caricias con ésta. Le seguí la corriente. Antes de que pudiera comerle la boca se apartó y me agarró de las manos. Dijo que iría a donde yo quisiera, me destrozo el plan. Además, me dijo que invitaba ella. Ése era mi día de suerte, me ligaba un sueldo, una mina fácil y una cena. Sonreí ante mi suerte. Arruinando completamente mi plan me preguntó mi apellido, de nuevo. Me iba a arriesgar.
-¿El mío?- pregunté –Pues depende de si quieres el de mi parte materna o el de mi parte materna, ya que los dos son totalmente diferentes- y cambiando de tema dije –Y…¿Dónde comeremos, entonces, muñeca?- y le sonreí. Sin dejarla retornar en el tema de los apellidos comencé a contarle una historia inventada de mi vida.
-Yo tengo cinco hermanos. Uno de ellos tiene un problema en el ojo y es medio visco. Los demás están completamente perfectos. Mi padre trabajaba de granjero y mi madre de comerciante, yo heredé su negocio- y le sonreí. Seguro ya la había mareado y para terminar con todo, concluí
-Y mi tía Carlota, vive allá en Canadá y se viene todos los veranos aquí a Londres desde que yo me mudé- continué –Es una tierna- y sonreí simulando nostalgia.

Pareció caerle bien mi falsa tía Carlota, ya que noté en sus ojos curiosidad. Además contó que ella estuvo en Canadá y que le gustaron los alces. Al no haber estado nunca yo en Canadá y al ser un dato nada importante le dije
-Yo nunca estuve allí- y le sonreí –Cuéntame de Canadá por favor- rogué a la chica. –Yo no fui nunca porque mi tía es la que viene para aquí yo no me tengo que mover- comenté finalmente excusando el porque de que nunca había estado allí.
También dijo algo de McMagos, algo totalmente desconocido para mí. Extrañado le dije
-Bueno, vayamos ahí- y sin problema alguno caminé junto a la jovencita que sabía donde se hallaba ése lugar. Traté en hablar un poco más, por eso le pregunté
-¿Casada?- refiriéndome a sí ella tenía marido o algo, sabía que seguro no porque no era muy hermosa y tenía un color irreal en la cabeza. Igualmente le sonreí y agregué para más confianza
-Espero que no- y le guiñé el ojo.

(Continúa en McMagos)