Casa Camberlain

Ainhoa parecía no tener problema, es más, eso mismo dijo. Me deseaba una buena elección y me dijo que esperaba mi llamada ansiosa. –Gracias- dije con una sonrisa sincera en los labios. Me abrazó y me dio un beso dulce antes de irse. Se retiró cuando yo me había ido a hablar con Maggie.
En cuanto a ella, se la notaba ... ¿Mal? Sí, mal. Me dio lástima la pobre mujer, la pobre chica de la cual estaba perdidamente enamorado hasta que Ainhoa reapareció, dándome ese cariño que pensé no sentiría nunca por mí. Asquerosa manía mía de dejar todo lo viejo por lo nuevo, asqueroso yo. Antes de irse, dijo algo como que todos cometíamos errores y que el de ella era haberse enamorado de mí sin antes conocerme bien. Suspiré y me senté en la mesa de la cocina. Escuché como cerró la puerta, dejándome solo. En la soledad se piensa mejor, eso era obvio y lo tenía bien en claro. Lo que no tenía en claro era qué iba a hacer. Escondí mi rostro entre mis manos, pensando algo angustiado. Lo había tirado todo al diablo, lo que eran unos cuantos meses de noviazgo con Maggie, mi matrimonio con ella también. Era un hombre asqueroso y además sabía que Margaret no volvería conmigo, ya mucho escándalo le había hecho unas cuantas veces. Lamentaba todo lo hecho, lamentaba haber sido tan idiota tantas veces. Lamentaba todo, ese maldito día de ‘cumpleaños’ mío. En cuanto a Ainhoa, no entendía cómo hacía para hacerme mandar todo al diablo. La razón de todo lo que había hecho era ella, ella era mi todo. Mi primera esposa, pensé antes de suspirar. Era obvio que seguía sintiendo algo por ella, pero ... Maggie era mi ninfa. Me levanté con los ojos húmedos y me fui a acostar.


Tarde horas en dormirme pero luego de eso concilié el sueño. Me levanté peor que al día siguiente, con esa angustia presionándome el pecho. En sólo unos minutos, ya no tenía nada, excepto a ¿Ainhoa? ¿Ella me quería de enserio? ¿Y qué pasaría con Maggie? A ella también la quería y mucho, mucho mucho, y más cuando pensaba en todas las cosas que habíamos hecho juntos. Cuando recordaba el primer día en que nos vimos. Necesitaba a alguien y ese alguien quien quería a mi lado era ... William. Sin duda, mi mejor amigo en todo el mundo. Él simplemente era el mejor, el mejor de todos. Lo extrañaba y lo necesitaba igual que un niño pequeño a su madre. No dudé en escribirle una carta:

"Willie soy yo, Elliot. Me han pasado unas cuantas cosas que deberías saber, tenemos que hablar, es importante. Soy un idiota. Te necesito. Estaré en las tres escobas, por favor ven.

Abrazos."

Eso sólo decía, creí que entendería. La envié al instante y luego me tumbé en el sillón de mi casa. Asqueroso, me repetía.

( Viene de Willie's House

El clima gélido hizo que me apurara al abrir la puerta de mi casa y sin perder mis modales de caballero hice pasar primero a Maggie. Luego de cerrar con llave comencé a sentir un extraño cosquilleo en la nariz. Sabiendo de qué se trataba escondí mi rostro en mi brazo y estornudé, según tenía entendido de esa forma el virus no se contagiaba. Estaba seguro de que había pescado un resfríado y eso me hacía creer que tenía la nariz colorada como un polaco bebedor de vodka. Algo así como Rudolf el reno de Santa Clous, tan rojo como el trasero de un mandril o quizás el punto colorado de la bandera de Japón. A pesar del clima, Maggie estaba ardiente. Sí, parecía una estrella o algo así, el fuego de una hornalla por las mañanas(?) Ella era el Sol, y yo giraría con gusto a su alrededor.
Tomé de forma gentil el abrigo de Margaret y lo llevé al perchero. Ya había comenzado a quitarle la ropa de a poco, el pensamiento me hizo soltar una carcajada. Aproveché para mirarme en el espejo a ver que tan mal estaba mi apariencia. Al ver mi ridículo atuendo navideño fruncí el ceño ¿Maggie me había perdonado a pesar de que estaba vestido como un idiota? Aunque había que admitir que me quedaba muy bien, ese pantalón me hacía un bonito trasero(?) También sonreí ampliamente para ver si tenía algo entre los dientes. Afortunadamente no era el caso, lo cual también era obvio, ya que me había pasado la noche bebiendo alcohol de forma exclusiva. Mis pensamientos me hicieron recordar algo.
Volví junto a Margaret y la tomé por la cintura. -¿Tienes hambre, Mag?- pregunté mientras besaba un poco su cuello. Su piel estaba cálida lo que hacía realmente placentero el contacto con mis labios. No me molestaba parar el beso allí para cocinarle algo ya que sabía que la tendría para mí solito toda la noche. -Soy un buen cocinero- me agrandé un poco pero luego me reí intentando no escupirle el cuello a Maggie.

Al parecer la pequeña ninfa del bosque tenía hambre, junté las cejas de manera pensativa y me puse a repasar mentalmente qué ingredientes tenía para la cena. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por un comentario de Margaret acerca de veelas que irrumpirían en la casa. Solté una carcajada, el comentario me había tomado desprevenido y la verdad era que había sido realmente gracioso -Claro que no vendra ninguna veela aquí, siento cierto desprecio hacia ellas. Creo que si vuelvo a ver saldré corriendo en la dirección contraria, aunque mi cuerpo pida ir en su dirección- le dije divertido. Ainhoa había sido el peor error de mi vida, no le bastó con serme infiel ni con ser un demonio disfrazado de mujer bonita, tampoco le bastó cuando me robó mi dinero ni cuando destruyó mi relación con Maggie. Había varias razones para nominarla al 'Peor error de Elliot' y ganaba por goleada.
Minutos después me dio un beso que hizo cierto efecto en mi cuerpo y en mi temperatura corporal. Preguntó qué íbamos a comer y la duda me asaltó de nuevo. -Tengo una idea- dije sólo para decir algo, la verdad es que iba a improvisar un poco. Le devolví el beso a Margaret gustoso y luego me dirigí a la cocina. Abrí el congelador para sacar unos buenos cortes de carne, increíbles la verdad, y los dejé sobre la mesada a descongelar. Inmediatamente corrí al jardín a prender el fuego -¿Con qué quieres acompañar la barbacoa?- le pregunté a Mag sonriente. Corrí a buscar mis especias para ponerle a la carne, así darle un gusto distinto al usual. Luego de hacerlo pusé la carne a cocinarse y busqué un mantel bonito para colocar sobre la mesa de adentro. Puse dos platos, cubiertos y copas altas que llené con vino -¿Tinto o blanco?- le pregunté a mi amada mientras miraba mi colección de vinos. Para el toque final, prendí unas velas y la atmósfera quedó perfecta, muy acogedora.